o encontrándome de bruces con la Fantasía (opus 111) de un corazón
-mal acostumbrado- a los encuentros fortuitos
a los hombres con gabardina y antorchas en los ojos
a los sobresaltos, a los precipicios, al rubato respiratorio
de mi exasperado metrónomo cardíaco.
Por qué no seguir retorciendo palabras como cuando tenía 14 años
y el corazón a medio hacer
(como ahora)
pero ardiendo en instantes y en historias
que en principio -y en fin- solo sucedieron entre compás
y compás
de espera.
Por qué no terminar pensando en lo que jamás diría
y viajar lejos
hasta llegar a la cámara magmática de este extraño poema
que me mira
que me asusta
que me habla en susurros que ni entiendo
que no encuentra la salida
y perdido se cuela en el poema vecino:
Ese que habla de los volcanes y los incendios.
Y es que la primera montaña que explotó, exuberante y hermosa,
cuando vió horrorizada, el hiriente efecto de su océano ígneo
se avergonzó hasta cambiar de nombre y condición.
Los habitantes de estos versos se refugian en mi pecho
revolviéndose asustados ante la inminente explosión.
Y yo me pregunto por qué tanto escándalo
después de todos estos años viviendo en los alrededores
de un volcán despierto.